La desaparición de los paisajes sonoros naturales: implicaciones globales de sus efectos en los seres humanos y en otras especies

5 noviembre 2006

La desaparición de los paisajes sonoros naturales: implicaciones globales de sus efectos en los seres humanos y en otras especies

[Traducido y publicado con el permiso del autor]

(Conferencia presentada en el World Affairs Council de San Francisco, 31 de Enero del 2001 -revisado el 16 de Agosto del 2006-)

Bernie Krause

Wild Sanctuary, Inc.
P. O. Box 536
Glen Ellen, CA 95442
www.wildsanctuary.com

Para los que estén poco familiarizados con mi trabajo, he pasado más de la mitad de mis 67 años grabando sonidos de organismos vivos y de hábitats naturales. Personalmente los considero los sonidos más hermosos del planeta. Estos son, además, su voz coral. Provisto de diferentes sistemas de grabación de sonido, un par de cascos, y micrófonos, busqué aquellos lugares singularmente tranquilos, preparé mi equipo y me senté a esperar durante horas, silenciosa y pacientemente, a que esta sinfonía de la naturaleza se manifestase ante mi para poder capturar aquellos maravillosos momentos en cassette. Utilizo estas grabaciones para estudiar de que modo los ruidos mecánicos que produce el ser humano y la degradación de los habitats afectan tanto a la sinfonía interpretada por las voces de los animales como a la experiencia que el ser humano tiene de la naturaleza en estado salvaje. Además, este trabajo abarca el continuo estudio de la biofonía, un término que acuñé para describir como las especies de ciertos hábitats vocalizaban ente si de un modo especial. Para poder financiar este trabajo, compongo paisajes sonoros que se editan en CD, diseño grandes instalaciones de esculturas sonoras interactivas para museos, acuarios y otros espacios públicos, y realizo evaluaciones de paisajes sonoros para agencias del gobierno. Con el paso del tiempo, sin embargo, esta labor se ha vuelto mucho más complicado. En 1968, cuando empecé mi aventura, podía grabar durante, aproximadamente, 15 horas y captar, más o menos, una hora de sonido útil; una proporción aproximada de 15:1. Ahora para obtener esos sesenta minutos necesito casi 2000 horas. ¿A qué se debe este cambio? Existen varias razones. La más determinante es, obviamente, la pérdida inimaginable de hábitats representativos. La segunda es el aumento del ruido mecánico producido por el ser humano; la antropofonía –que tiende a enmascarar las sutiles texturas auditivas de los ecosistemas acústicos que todavía existen-. Y la tercera -como una consecuencia directa de las dos anteriores- es el descenso de la capacidad vocal de ciertas especies, tanto grandes como pequeñas, que componen los paisajes sonoros naturales.

A causa de mis estudios en el ámbito de la bioacústica he recorrido todo el mundo de polo a polo. Ha sido siempre una aventura excitante, especialmente cuando trabajo en aquellos lugares en los que investigan personas tan importantes como Jane Goodall (chimpancés), Dian Fossey en sus últimos años en África (gorilas de montaña), Birute Galdikas en Borneo (orangutanes), y muchos otros biólogos y naturalistas que trabajan en las regiones tropicales y templadas y en los océanos de todo mundo. Durante el poco tiempo que he ejercido mi profesión, he presenciado cambios radicales en la biofonía de prácticamente todo el planeta. Esta tarde, hablaré, en términos generales y desde la perspectiva de la bioacústica, sobre aquello que considero que ha colaborado a la pérdida de nuestros hábitats olvidados y de las preciadas voces a las que me refiero como biofonías. Concluiré con lo que nos depara el futuro si no se llevan acabo inmediatamente cambios significativos a todos los niveles en nuestra cultura con el fin de contribuir a la preservación de lo poco que queda.

Uno de los recursos simples más importantes de la naturaleza es su voz -o paisaje sonoro natural-. El término paisaje sonoro hace referencia a cualquier ambiente acústico, ya sea natural, urbano, o rural, que esté formado por tres componentes: (1) la biofonía -sonidos biológicos no humanos que se producen en un ambiente dado-, (2) la geofonía -sonidos ni humanos ni biológicos, como el efecto del viento, el agua, o el clima-, y (3) la antrofonía -el ruido que produce el ser humano por cualquier medio-. En su estado puro, donde no existe ningún ruido producido por el hombre, los paisajes sonoros naturales son sinfonías gloriosas. Sin embargo, la desaparición de estos habitats unido al aumento del clamor humano ha provocado situaciones en las que la comunicación no humana necesaria para la supervivencia de las especies a todos los niveles está en vias de extinción. Al mismo tiempo, se le niega al ser humano una experiencia de la naturaleza salvaje esencial para la interacción con sus semejantes y con su entorno orgánicamente resonante. Además, debido al casi siempre indeseable ruido, los seres humanos pierden con frecuencia la capacidad de comunicarse, incluso entre ellos, por medio del sonido. Los efectos sobre los paisajes políticos, económicos y sociales de nuestra cultura han sido y continúan siendo relevantes.

En Nature & Madness (Sierra Club Books, 1982), uno de los primeros libros en los que se abordan las dimensiones humanas de la ecología, el Dr. Paul Shepard, en sus últimos años, describe cómo ciertos síntomas de comportamiento humano patológico propios de la cultura occidental están directamente relacionadas con la pérdida del hábitat salvaje y de nuestra conexión con la naturaleza. Cuanto más nos alejamos del mundo natural, afirma, más patólógicos somos como cultura. Comprendió con rapidez que las voces de los animales eran nuestra ventana a la naturaleza salvaje porque se trata de texturas acústicas fundamentales para nuestro lenguaje, para nuestras canciones y para nuestras danzas. Shepard lamenta tanto la indiferencia hacia los paisajes sonoros naturales, tan importantes para nuestra existencia, como la significativa pérdida de las voces de los animales en el transcurso del siglo XX.

El compositor y escritor canadiense R. Murray Schafer, el padre de la palabra paisaje sonoro y del concepto ecología acústica, escribió un libro sobre este tema a finales de los años 70 titulado Tuning of the World. En este trabajo, como en los posteriores, Schafer llama la atención sobre el hecho de que el ruido que genera el hombre es un factor que contribuye a la desaparición del paisaje sonoro natural y al mismo tiempo es especialmente representativo de los modelos occidentales de poder. Cuanto más fuertes son los sonidos que podemos producir, se supone que echamos de menos, de una forma más viril, aquello que nos confiere un sentido de valor o identidad espiritual.

Schafer ve estos símbolos como un intento por someter y reemplazar las evidentes voces de la naturaleza. Aquí existen organismos de todos los tamaños: el trueno, el viento, hojas temblando en las ramas de los álamos, las olas del oceano en una tormenta, e, incluso, la vibración de la tierra. Como James Watt, ex Secretario del Interior durante la legislatura del presidente de los EE.UU. Ronald Reagan, observó en cierta ocasión: «Para la mayoría de las personas el ruido y el poder van de la mano.» Esta era una máxima que Watt predicó obsesivamente. Del mismo modo que Watt, nosotros hemos aprendido a llenar nuestro vacío interior con un ruido constante a expensas de aquellas voces que en realidad podrían influir en nuestras vidas de forma más productiva. Por ejemplo, un domingo cualquiera a finales de la primavera y principios del verano, mi esposa Katherine y yo, oímos el sonido de los coches de carreras en una pista situada a 18 millas (29 km) al suroeste de nuestra casa en Northern California. El ruido del motor no se desplaza en línea recta. El sonido de los motores debe atravesar varias formaciones de colinas costeras, valles, pantanos protegidos, y un parque estatal antes de llegar hasta nosotros con una intensidad cuantificable y preocupante. Así de poderoso es el ruido. Aun no se ha hecho nada por mitigar el problema. Durante los dos últimos años se concedía un premio a quien instalase en el interior de un coche el equipo de sonido más potente. Según la prensa este sistema de audio producía un nivel de presión sonora de 174dB -aproximadamente un factor 2 más alto que una pistola magnum del calibre .357 disparada al lado de tu oido y un factor 7 más alto que si permanecieras en la pista de aterrizaje a 10 metros de un Boeing 747 en pleno despegue a máxima potencia- y todo esto dentro de un automóvil

Históricamente, desde mi punto de vista, y más allá del mandato bíblico, originalmente en arameo, de dominad y poblad la tierra, la aceleración exponencial de este proceso comenzó a principios del siglo XVII cuando la filosofía económica y política europea socavó por completo el valor estético de la naturaleza. Por ejemplo, René Descartes aborrecía el mundo natural y parecía tenerle un miedo considerable. Después de elevar a los seres humanos a la omnipotencia racional, aseveró que los animales, exceptuando al ser humano, no sentían dolor, y carecían de pensamiento racional y vida espiritual. Al otro lado del Canal de La Mancha, uno de nuestros héroes culturales, Sir Francis Bacon, declararó en el 1620: «Debemos torturar a la madre naturaleza hasta que suelte todos sus secretos». Esta máxima mecanicista moderna, que hemos llevado hasta el extremo, es la responsable del deterioro de la atención cuidadosa con el mundo natural. La Revolución Industrial se caracterizó por el poder sobre la naturaleza con el resultado del control sobre sus recursos. En el siglo XIX, incluso el escritor estadounidense Thoreau -el autor de Walden, escribió, «Yo adoro la naturaleza no menos que a Dios»- y poco después, en el mismo capítulo, escribe: «La naturaleza es difícil de conquistar, pero debe ser conquistada».

En 1989, con ocasión de la caida del muro de Berlin, el presuntuoso mundo corporativo superaba definitivamente los límites de la cordura. Atendiendo a la mitología histórica occidental, se nos vendió la idea de que la libertad, al menos de forma simbólica, había sido alcanzada. Frieheidt, en realidad. Sin embargo, no fue el Comunismo el que sucumbió. El comunismo ya estaba agonizando cuando se instauró. Fue el capitalismo tal y como lo conocimos -una forma de Democracia económica percibida como un pacto ética y moralmente superior- el que pereció en el mismo instante en que el muro fue derribado. El Comunismo fue esencial para dar forma al capitalismo del siglo XX que aceptamos ingenuamente porque, se nos dio a entender, que no había mayor enemigo que nos definiese. Evidentemente, no existía ningún lugar en la naturaleza en el que pudiesemos encontrar mayor confort que en el capitalismo. Por lo tanto, la forma de capitalismo democrático con la que creció mi generación ha sido, desde la caida del muro, reemplazado por una versión totalmente amoral llamada Plutocracia -una violenta forma del imperialismo económico sin otro fin que el ejercicio del poder por la riqueza-. Este principio económico en curso que ahora sufrimos todos nos incapacita hasta unos límites que aun no alcanzamos a comprender. Y lo que es aun más importante, crea un clima de ataque contra los recursos del mundo natural, y, en particular contra los paisajes sonoros naturales, que ha sido y continúa siendo profundamente engañoso.

El hecho de que el ruido del ser humano repercute en el mundo natural no se podría expresar de mejor modo del que lo hace un artículo publicado hace algunos años en el perídico Los Angeles Times. Este artículo explicaba como se decubrió que la voz de la estrella de Rock Tina Turner era uno de los medios más eficaces para espantar a las aves de las pistas de aterrizaje del aeropuerto de Gloucestershire en Inglaterra. El personal del aeropuerto había utilizado anteriromente grabaciones de cantos de peligro emitidos por las propias aves con excaso éxito. Sin embargo, cuando reprodujeron las grabaciones de la afamada cantante de rock contemplaron inmediatamente un drástico efecto. El oficial jefe del cuerpo de bomberos del aeropuerto Ron Johnson explicó: «… los pájaros realmente odian a Tina Turner.” El aeropuerto de Inglaterra occidental, se usa principalmente para aviónes comerciales, helicópteros y aviones privados, y está muy cerca de la residencia de la famila real Británica.

A través de mi ámbito de estudio, he descubierto que en entornos naturales en los que no interviene el sonido producido por los humanos los animales vocalizan entre si exactamente como lo hacen los instrumentos en una orquesta. Especialemente en tierra esta delicada estructura acústica está casi tan bien definida como lo están las notas sobre una partitura cuando la examinamos gráficamente en forma de lo que a veces llamamos voice prints. Por ejemplo, en hábitats sanos, ciertos insectos ocupan una zona acústica del ancho de banda, mientras que las aves, los mamíferos, y los anfibios ocupan otras todavía libres y donde no existe competencia por el espacio acústico. Este sistema ha evolucionado así para que cada voz pueda escucharse con claridad y para que cada especie pueda perpetuarse tanto a través de su iteración del mismo modo que lo hace en los demás aspectos de su existencia. Un proceso similar se produce en los entornos marinos. La Biofonía es un instrumento imprescindible para medir la salud de un hábitat. Pero nos ofrece también información valiosa sobre su edad, su nivel de estres, y puede suministrarnos abundantes e interesantes datos tales como porque y de que modo han aprendido a bailar y cantar tanto los seres humanos como los no-humanos. Pero este milagroso concierto de la naturaleza está actualmente bajo la seria amenaza de una completa aniquilación. No sólo vamos hacia una primavera silenciosa, sino también hacia un verano, otoño e invierno silenciosos.

Esta fragil trama sonora que he descrito de forma tan simple está siendo destruida por tres factores: uno es la increíble cantidad de ruido que nosotros, los seres humanos, producimos. El segundo, nuestra uso abusivo, en absoluto minimizado, de los preciados recursos naturales incluso incentibado por los tratados GATT y TLC. Y por último, parece que nos consume la ilimitada necesidad de conquistar el mundo natural más que la de encontrar una via para convivir en consonacia con él.

Mencioné antes que en la actualidad tardaba casi dos mil horas en obtener una hora de paisaje sonoro natural puro. Comparad esto con el hecho de que frente al 45% de los tranquilos bosques de Norte América que todavía existían en 1968 ahora, 38 años después, sólo queda un 2%. Por favor, quedaros con el hecho de que la mayor parte de la diferencia en estos porcentajes se produjo en la última década, desde la caida del muro de Berlín. Mientras este fenómeno no es tan evidente en Europa cuyos habitats ya se pusieron en peligro hace tiempo, esta sobrecojedora situación, combinada con el ruido de las motosierras, los sopladores de hojas, las motos de nieve, los todoterrenos, los Quads, las bicicletas de trial, las motos de agua y los profundos motores que impulsan embarcaciones cada vez más rápidas por inmaculados lagos, ha creado un espacio para la tragedia. Así al menos los países excesivamente industrializados del mundo y Norte America, en particular, están deseando tomar la delantera y llevar a cabo un rápido cambio sobre la política de uso de estos juguetes y sobre sus peligrosos efectos .

Sólo en estos últimos años han salido a la luz evidencias del daño que producen estos factores de ruido. Con el auge del nuevo campo de la bioacústica están surgiendo estudios, gracias a las nuevas técnica de trabajo de campo, que confirman la pérdida que algunos de nosotros, especialmente sensibles con la naturaleza, veníamos presintiendo instintivamente desde hace tiempo. Los siguientes ejemplos ilustran este punto:

Algunas clases de ranas e insectos vocalizan juntos en un hábitat concreto con el propósito de que ninguno de ellos sobresalga individualmente. Este coro crea una interpretación sonora expansiva que los protege impidiendo que los depredadores localicen el lugar conreto del que emana el sonido. Las vocalizaciones de las ranas en sincronía surgen de tantos lugares simultaneamente que parecen provenir de todas partes. Sin embargo, cuando estos patrones coherentes son debastados por el sonido de un avión a reacción que vuela dentro del area de la laguna, la biofonía especial de las ranas se descompone. En un intento por restablecer el ritmo unificado y el sonido coral cada una de las ranas se asoma brindando a depredadores como coyotes o búhos la oportunidad perfecta de conseguir comida. Mientras grababa en primavera a los curiosos sapos de espuela de los llanos (Spea intermontanus) en la orilla norte del lago Mono en las Eastern Sierras, a pocos kilometros del parque nacional de Yosemite, ocurrió algo similar. Después de desaparecer el sonido del avión militar a reacción, pasaron cuarenta y cinco minutos antes de que los sapos consiguieran restablecer su coro defensivo. Bajo la luz vespertina observamos como dos coyotes y un fenomenal búho con cuernos se alimentaban en la orilla de la laguna. Debido a la manera especial en la que grabamos y medimos el sonido, hemos descubierto que el sonido relativamente intenso producido por un avión a reacción de bajo vuelo puede causar cambios en la biofonía provocando que ciertas criaturas pierdan la protección vital que son sus coros.

Una vez mientras investigaba la acústica de la cuenca Amazónica, un reactor de varios motores paso a escasa altura sobre la selva interrumpiendo el canto de aves e insectos al amanecer justo donde estábamos grabando. Cuando regresamos a nuestro laboratorio y revisamos el efecto del ruido del reactor sobre el paisaje sonoro natural, descubrimos que la interrupción causada por el reactor provocó que muchas criaturas parasen sus vocalizaciones mientras otras modificaban sus motivos de forma significativa. La ruptura momentánea de la integridad de la biofonía causada por el reactor provocó que muchas criaturas se convirtieran en víctima de depredadores oportunistas como halcones o mamíferos de la zona. Sin lugar a dudas, su comportamiento se modificó perceptiblemente.

Debido al ruido que propagan a su alrededor los botes que viajan por la Bahía Glaciar en el parque nacional del sudeste de Alaska, se ha observado que las ballenas jorobadas huyen y se esconden detras de pequeños montículos de tierra o de grandes formaciones de hielo que se desprenden de los glaciares, aparentemente en un esfuerzo por situarse en zonas de «sombra» más silenciosas. En la bahía donde abundaban las ballenas, en los últimos años, se ven cada vez menos. Junto a otros factores como el modo especial en el que cierto ruido de los barcos es amplificado por el contorno geográfico especial de la bahía, algunos biólogos creen que el ruido producido por el ser humano es un ingrediente que contribuye de forma importante en este descenso.

Pradera Lincoln, a algunos kilómetros al este de Yuba Pass a la altura de la cumbre de Sierra Nevada a 3 horas y media en coche de San Francisco, existía un hábitat virgen repleto de gran variedad de aves de primavera, insectos y anfibios. Allí grabé a finales de la primavera de 1988. Un año después de nuestra primera grabación, el bosque que rodea Lincoln Meadow fue talado de forma selectiva aparentando a los ojos de la gente salud y vigor y eliminando cualquier evidencia de destrucción que se percibiría si se hubiese dejado un descampado. Sin embargo, el arroyo que corría por la pradera alpina se quedo enturbiado tras la desforestación y las truchas dejaron de esconderse en los hoyos claros que había a los lados del torrente. La pérdida de la biofonía, todavía resonante y palpable 18 años después, es más evidente que todos los engañosos indicios visuales. No hay densidad de aves. No hay insectos. Sólo en ocasiones aparece un tipo de rana de primavera.

La introducción de ruido en paisajes sonoros naturales aumenta el valor de la pérdida porque el ruido disminuye la experiencia humana de la naturaleza. El comportamiento de las especies se modifica como resultado directo del incremento del estres. Teniendo en mente que las especies humanas y no humanas responden de forma diferente a tipos, volumen, o combinaciones de ruidos mecánicos, estamos empezando a comprender que muchos de estos sonidos son perjudiciales para ambos mundos aunque las víctimas pueden no parecer conscientes del efecto o desconocen como deben reaccionar. Un experimento que se realizó con humanos en Francia invitaba a varios sujetos a que durmiesen en el laboratorio. Después de sucesivas noches de silencio, los participantes eran sometidos mientras dormían a las grabaciones de ruido producido por el tráfico durante 15 noches. Los sujetos dormidos eran conectados a instrumentos que se usan para medir el estres. «Pulsación cardiaca, amplitud de pulsación en el dedo, y la velocidad de la onda del pulso, se midieron durante toda la noche, y cada uno de los participantes rellenó un cuestionario al despertar». Entre dos y siete noches más tarde, los sujetos afirmaban que el ruido ya no les molestaba (e. g. los sujetos se habían habituado a él). Sin embargo, los efectos del estres -ritmo cardiaco, etc. «medidos la noche número quince eran idénticos a los que se habían registrados al principio» (Science News, 121, June 5, 1982. 380).

En 2001, Scott Creel, un biólogo de la Montana State University situada en Bozeman publicó, en colaboración con un grupo de colegas, un estudio que relacionaba los niveles de estrés de la enzima glucocorticoide en alces y lobos con la proximidad de las motos de nieve y el ruido que estas generaban en las poblaciones salvajes de Yellowstone y Voyageurs Parks. En el caso de los lobos del parque nacional de Yellowstone (Wyoming) comprobaron que durante una temporadaen en la que el tráfico de motos de nieve aumentó un 25 % los niveles de estrés de las enzimas se incrementaron un 28 %. Por el contrario, en el parque de Voyageurs (Michigan), el descenso de un 37 % en el tráfico de motos de nieve entre 1998 y 2000 se correspondió con ese mismo descenso en los niveles de estrés de las enzimas. Estas cifras son equiparables para los alces.

Existen muchas razones importantes para reconsiderar los paisajes sonoros naturales inalterados como un recurso valioso. En primer lugar, está claro que los paisajes sonoros naturales no se pueden reemplazar tal y como lo demuestra la pérdida de casi un 40 % de las biofonías de Norteamérica que he ido catalogando en mi biblioteca a lo largo de 38 años. Tengo muy claro que éstos son habitats que nadie podrá volver a escuchar. Han sido silenciados para siempre, extinguidos por completo, o modificados drásticamente.

No obstante aun hay esperanza. Por fin empezamos a comprender que los paisajes sonoros naturales vírgenes son reservas y recursos vitales para nuestro disfrute, conocimiento, y comprensión de la naturaleza salvaje como lo hacemos con nuestra propia historia y cultura. Sin estos vínculos, una pieza fundamental del entramado de la vida se ve tristemente perjudicado. Esta es la razón por la que la Administración de Parques Nacionales de los Estados Unidos (U. S. National Park Service) implantó un fuerte modelo, administrativo y educativo, con el fin de proteger los paisajes sonoros naturales como un valioso recurso. El paisaje sonoro en los parques de los Estados Unidos se considera en la actualidad como un elemento de gran valor que merece la pena conservarse tanto para los visitantes como para los animales. La reacción de los visitantes al ruido en parques nacionales convenció a la administración que escuchar y considerar los paisajes sonoros de forma cuidadosa era tan importante para nuestro bienestar y para nuestra salud como la preservación de la pureza del agua, la no polución del aire o la no contaminación de la tierra. De hecho, hasta el momento de esta conferencia (2001), la presencia de las motos de nieve en el parque de Yellowstone se ha reducido progresivamente, aunque esta inteligente política ha sido contrarestada desde entonces por la Administración Bush. Los aviones turísticos que sobrevolaban el Parque Nacional de las Montañas Rocosas se han desviado. Sobre el Gran Cañón han sido restringidos drásticamente aunque, teniendo en cuenta el pensamiento político vigente en los Estados Unidos, tengo ciertos recelos respecto a como se llevará a cabo esta política. Sin embargo, si la Administración de Parques Nacionales (NPS) triunfa en su empeño de convencer a los visitantes de la importancia de este modelo libre de ruidos, indudablemente la idea se extenderá y habremos recorrido una buena parte del camino hacia nuestro objetivo de una gestión receptiva de la naturaleza salvaje.

Como Paul Shepard dice al final de Nature & Madness; «Los adultos expuestos a la música equivocada, privados de su propio potencial, no son los mejores consejeros. El problema puede ser más difícil de comprender que de solucionar. Debajo de la apriencia de civilización […] habita en nosotros una persona que conoce los beneficios de nacer en un entorno agradable, la necesidad de un ambiente no-humano rico, actuando como seres animales, la disciplina de la historia natural […] las artes expresivas de recibir alimento como un regalo espiritual más que como un producto. Hay una personalidad secreta intacta dentro de cada uno […] sensible a los momentos acertados de nuestra vida. La sociedad moderna los asimila todos pervirtiéndolos: nuestro profundo amor por los animales se proyectó en las mascotas, los zoos, la decoración y el espectáculo; nuestra búsqueda de la totalidad poética fue condicionada por el modelo de la máquina en lugar de por el de cuerpo: el momento del idealismo pueril fue desviado hacia el nacionalismo o a una religión exterior eterea en lugar de hacia una cosmología ecosófica […] la tarea no está en empezar por recobrar el asunto de la reconciliación con la tierra en toda su sutileza metafísica, sino en algo mucho más simple y directo que nos devuelva la salud metafísica.

Al final -antes de que mueran los ecos de los bosques- puede que deseemos escuchar atentamente los paisajes naturales que todavía existen. Cuando lo hagamos descubriremos que no estamos aislados, sino que somos una parte esencial de un fragil espacio biológico. ¿Cuántos hemos escuchado el mensaje del Jardín del Eden a tiempo? El susurro de cada hoja y de cada criatura nos implora que protejamos el orígen natural de nuestras vidas, el cual, en efecto, puede alvergar secretos de amor para todos los seres vivientes, especialmente para nuestra propia humanidad. Esta música divina está desapareciendo a gran velocidad; se acerca el momento en que quizá tengamos que testificar mientras los espíritus de los animales regresan para una caza final.

Bibliografía

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- Krause, B. L., Into a Wild Sanctuary, Heyday Books, 1998

- Lyon, Thomas, Noise and the Sacred, Utah Wilderness Association Review, May/June 1995.

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- Sarno, Louis, The Extraordinary Music of the Babenzélé Pygmies, (book & CD), Ellipsis Arts, 1996.

- Schafer, R. Murray, Tuning of the World, (in the United States under the title: Soundscape), Destiny Books 1977

- Schafer, R. Murray, Voices of Tyranny: Temples of Silence, Arcana Editions, 1993
- Schafer, R. Murray, The Book of Noise, Arcana Editions, 1998

- Shepard, Paul, The Others: How Animals Made Us Human. Island Press, 1996

- Shepard, Paul, Nature & Madness, Sierra Club Books, 1982

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